Salir de compras en diciembre no es una actividad, es una prueba de resistencia. Basta con poner un pie fuera de casa para entender que la ciudad ya no camina: avanza a empujones. Los centros comerciales, el Centro Histórico, los mercados y hasta las calles más pequeñas se convierten en un mismo escenario donde todo se mueve rápido, apurado, con una ansiedad silenciosa que se siente en el aire caliente.
Hay un mar de gente. No niños, casi ninguno. Son adultos los que llenan los pasillos, los que caminan con el ceño fruncido y el paso acelerado, como si alguien estuviera contando los segundos. Algunos empujan carritos desbordados, no por gusto, sino porque cargar bolsas ya no es opción. Cajas de panetones apiladas una sobre otra, juguetes envueltos a medias, bolsas con ropa, electrodomésticos que apenas entran en los brazos. Todo parece urgente, necesario, impostergable.
En los centros comerciales, las filas se estiran como serpientes cansadas. Para pagar, para envolver regalos, para ingresar a una tienda que anuncia descuentos en letras rojas gigantes. Hace calor, aunque sea diciembre. El cuerpo suda, la paciencia se agota, y aun así nadie se detiene demasiado. Mirar vitrinas se vuelve una tarea mecánica: entrar, revisar precios, salir. No hay tiempo para dudar.
En el Centro Histórico la escena es distinta, pero igual de caótica. Las calles están llenas de luces, de cables colgando, de adornos navideños que compiten entre sí por llamar la atención. Hay vendedores en cada esquina ofreciendo gorritos, luces, nacimientos, renos de plástico, recuerdos con frases doradas. Caminas y esquivas gente, motos, carretillas. El ruido es constante: bocinas, voces que ofrecen “oferta, oferta”, música navideña que suena desde parlantes distintos, mezclándose sin orden.
El tráfico avanza a paso de procesión. Los buses van llenos, las combis no se detienen del todo y los autos tocan el claxon como si eso pudiera abrirles paso. Hay personas que hoy no salieron, que lo dejaron para después, que piensan ir el mismo 24 por la mañana, confiando en un impulso de último momento. Otros ya cargan todo lo que necesitan, como si quisieran adelantarse al caos que saben que aún no ha llegado.
Porque esto, en realidad, es solo un aviso. Un ensayo general. Las calles brillan más, sí, pero también pesan más. Cada bolsa, cada fila, cada paso rápido anuncia lo que vendrá. El 24 está cerca y todo parece multiplicarse: la gente, el ruido, las compras, el cansancio. Diciembre no espera a nadie y la ciudad lo demuestra, día tras día, mientras corre sin detenerse, cargando regalos, expectativas y apuros que todavía no alcanzan su punto más alto.


