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Esperar para sanar: La otra enfermedad del sistema de salud

La enfermedad no avisa, pero el sistema sí se toma su tiempo. En el Perú, estar asegurado no significa estar protegido. Significa, muchas veces, entrar a una larga fila invisible donde la paciencia se convierte en el único tratamiento inmediato.

Todo comienza con una llamada. Un número que suena ocupado, que deriva a una grabación, que cuelga sin previo aviso. Se intenta de nuevo. Y otra vez. Así pasa un día, quizá dos. A veces una semana completa para que alguien conteste, y lo haga con tono automático, como si la dolencia ajena fuera un trámite más.

Cuando al fin se consigue una cita, esta puede estar programada para dentro de un mes. A veces dos. Incluso más. Y si se trata de una especialidad, el calendario se estira aún más. Para ese entonces, el dolor ya habrá cambiado de forma o de lugar. O quizá ya no esté. Pero uno acude igual, porque es el único acceso que tiene a la salud. Porque pagar por atención privada no siempre es una opción.

En los hospitales del Estado, el ambiente no alivia. Es una mezcla de resignación y hartazgo. Las colas empiezan de madrugada, los turnos se disputan como boletos a un concierto. Hay rostros cansados, cuerpos apoyados contra la pared, madres con niños dormidos en brazos, ancianos con los ojos perdidos. Todos esperando lo mismo: ser vistos.

Dentro, el trato es mecánico. El saludo es escaso. A veces hay profesionales con vocación, que explican con claridad y escuchan con respeto. Pero muchas otras veces, hay silencio, apuro, indiferencia. El paciente se convierte en número, en historial, en caso.

Quienes tienen dinero prefieren pagar. Porque en la clínica, al menos, los llaman por su nombre. Les sonríen. Les explican. Les dan fecha y hora, sin rodeos. La atención no solo es más rápida, también es más digna. Y eso duele. Porque parece que, en este país, la dignidad en la salud también tiene un precio.

Y entonces surge la pregunta: ¿acaso los que menos tienen no merecen ser tratados con cuidado, con atención, con humanidad? ¿Acaso la pobreza justifica la espera, el maltrato, la negligencia?

Cada día, miles de peruanos viven esta otra enfermedad: la de ser ignorados por el sistema. Esperan una cita como quien espera justicia. Con miedo, con desesperanza. Con la sensación de que su tiempo, su cuerpo, su dolor… valen menos.

El sistema está enfermo. Y mientras no se cure, los pacientes seguirán esperando. Esperando por un turno, por una llamada, por un trato más humano. Esperando, simplemente, por ser atendidos como lo que son: personas.

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