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Salud mental en jóvenes universitarios de Arequipa


La salud mental de los jóvenes universitarios en Arequipa atraviesa un momento crítico. Entre la presión académica, los costos de vida, la inseguridad laboral futura y el impacto emocional de los últimos años, miles de estudiantes viven bajo un nivel de estrés que supera lo que consideran manejable. Aunque las universidades avanzan lentamente en atención psicológica, la demanda crece más rápido que la oferta, y muchos jóvenes continúan cargando solos con ansiedad, depresión o agotamiento extremo.


Una ciudad universitaria bajo presión

Arequipa es la segunda región con mayor población universitaria del país. Solo la UNSA, UCSP, UCSM y UTP reúnen a más de 70 mil estudiantes entre pregrado y posgrado. La mayoría enfrenta una combinación que se repite: estudiar, trabajar, viajar grandes distancias y rendir exámenes cada semana.

Una investigación publicada en Revista Peruana de Investigación en Salud en 2023 confirmó que los niveles de ansiedad y depresión en estudiantes universitarios peruanos están entre los más altos de Latinoamérica. El 58 % presenta síntomas de depresión y el 52 % ansiedad. Aunque el estudio es nacional, Arequipa no escapa de esa realidad: en la UNSA, el propio servicio psicológico universitario informó en 2022 que la demanda de citas aumentó en más del 40 % respecto al periodo pre pandemia, especialmente por cuadros de ansiedad, estrés académico y problemas de sueño.

Según la psicóloga arequipeña Maritza Gonzales, especialista en intervención juvenil, “los estudiantes están intentando sostener más de lo que emocionalmente pueden manejar. Muchos ni siquiera identifican que viven una crisis porque la normalizaron”. Su comentario fue dado durante una entrevista para el programa Consejos en Línea de la Gerencia Regional de Salud en 2023.

La presión no viene solo de las clases. Los jóvenes que estudian en universidades privadas deben cubrir costos cada vez más altos: pensiones, alimentación, movilidad y materiales. En las públicas, la carga académica intensa y la competencia también generan desgaste. En ambos casos, la pandemia dejó un hábito imposible de ignorar: vivir cansados.

Un problema que crece: por qué la salud mental es una urgencia universitaria

La salud mental de los jóvenes universitarios en Arequipa se ha convertido en una preocupación constante. Las cifras lo confirman. Según el Ministerio de Salud, más del 50 % de problemas de salud mental en el país se presentan entre los 14 y 29 años, edad que coincide directamente con la etapa universitaria. Es decir, los estudiantes están dentro del grupo más vulnerable. (Minsa, 2023)

En 2022, la Dirección Regional de Salud informó que Arequipa registró 37 % de la población adulta con síntomas de ansiedad o depresión, una de las tasas más altas del país. (DIRESA Arequipa) Aunque no existen cifras oficiales exclusivas para universitarios en la región, especialistas coinciden en que son uno de los grupos que más acude (o intenta acudir) a servicios psicológicos.

¿Por qué ocurre esto? Las razones se acumulan:

  • Cargas académicas intensas, que incluyen tareas, prácticas, lecturas y evaluaciones continuas.

  • Presión económica: muchos jóvenes estudian y trabajan o dependen de presupuestos familiares ajustados.

  • Competencia y autoexigencia: la idea de “ser el mejor” o “no fallar” genera ansiedad crónica.

  • Aislamiento social: después de la pandemia, la readaptación presencial dejó secuelas en la capacidad de socializar, pedir ayuda o reconocer emociones.

  • Falta de tiempo: los horarios extendidos y el transporte dificultan tener espacios de descanso o recreación real.

Una encuesta de Ipsos Perú en 2023 reveló que el 62 % de jóvenes de 18 a 25 años declaró haber sentido ansiedad persistente en los últimos meses (Ipsos, 2023). En ese mismo informe, más del 40 % señaló que “no puede controlar su nivel de estrés” debido a estudio, trabajo o ambas responsabilidades.

La psicóloga clínica Cecilia Montes, citada en una entrevista para El Comercio, advierte que los jóvenes universitarios viven una etapa intensa cargada de expectativas: “Tienen que definirse como profesionales, responder a la familia, rendir en clases, mantener vínculos sociales y, al mismo tiempo, intentar encontrar estabilidad emocional. Es un peso demasiado grande para alguien que aún está construyéndose.”

En Arequipa, esta presión es evidente en campus como la UNSA, la Católica San Pablo, la Continental o la Autónoma. Estudiantes de diferentes carreras coinciden en que “todo se acumula”: trabajos finales, prácticas, tesis, transporte, horarios nocturnos y falta de descanso real. Para muchos, la universidad se convierte en un espacio de crecimiento, pero también en un entorno donde la salud mental se deteriora sin que nadie lo note.

Consecuencias emocionales, académicas y físicas en los universitarios

La presión universitaria en Arequipa no solo se refleja en la carga de tareas o evaluaciones acumuladas; también deja huellas claras en la salud mental y en el desempeño cotidiano de miles de jóvenes. Los efectos suelen aparecer de manera silenciosa, pero se vuelven parte del día a día: ansiedad, cansancio extremo, agotamiento emocional, dificultades de concentración y una sensación persistente de estar “al límite”.

A nivel emocional, los estudiantes peruanos presentan índices elevados de depresión, ansiedad y estrés. Un estudio nacional publicado en Frontiers in Public Health en 2025 analizó a universitarios de diversas regiones del país —incluidas universidades del sur— y halló que 49,2 % reportó niveles de estrés, 47,8 % ansiedad y 47,8 % depresión. “La salud mental universitaria atraviesa una etapa crítica; las exigencias académicas y la precariedad económica potencian los síntomas”, señalaron los autores.

Estas afectaciones emocionales impactan directamente en la vida académica. La revisión sistemática “Mental Health and Academic Performance in University Students” concluyó que la salud mental deficiente se asocia a un menor rendimiento, mayor ausentismo, dificultades de memoria y caída significativa en la productividad. “El desempeño académico es uno de los primeros indicadores en deteriorarse cuando aumentan los síntomas de ansiedad o depresión”, advierte el estudio.

En Arequipa, especialistas del área clínica del Hospital Regional y de instituciones universitarias han señalado en entrevistas previas que el retorno a la presencialidad, sumado a la presión económica y la inestabilidad familiar, ha incrementado los casos de estudiantes que buscan ayuda por agotamiento emocional, ataques de pánico o síntomas depresivos. Según investigaciones recientes realizadas con universitarios del sur del país, la mala calidad del sueño, el sedentarismo y la sobreexigencia académica se relacionan con un aumento significativo de ansiedad y estrés, lo que coincide con la rutina habitual de la mayoría de jóvenes que viven solos o lejos de sus familias.

Las consecuencias también son físicas. Entre las más comunes están los dolores musculares por largas horas frente a la computadora, insomnio, cambios en el apetito, gastritis nerviosa y fatiga crónica. Un estudio en estudiantes de medicina —uno de los grupos con mayor carga académica— evidenció que más del 70 % presentaba síntomas de estrés, ansiedad o depresión, afectando su salud física y su rendimiento diario.

A esto se suma un factor silencioso: la ideación suicida. El modelo explicativo desarrollado por Interacciones en 2022 mostró que el estrés, la ansiedad y la depresión se relacionan directamente con pensamientos suicidas en población universitaria. Aunque no se trata de cifras específicas de Arequipa, los especialistas coinciden en que la tendencia es similar.

Para muchos jóvenes arequipeños, estas consecuencias no se expresan abiertamente. El temor al estigma, la falta de tiempo o la idea de que “deben poder solos” postergan la búsqueda de ayuda. Y mientras tanto, los síntomas se acumulan: bajan sus notas, se reduce su energía, se rompen sus rutinas y llegan a sentirse emocionalmente desconectados de su vida diaria.

Entre la presión y el silencio: hacia dónde avanzar

Los estudiantes universitarios de Arequipa cargan con una realidad que muchas veces se esconde detrás de trabajos, exposiciones y notas aprobatorias. La salud mental, aunque se ha vuelto tema común en redes y conversaciones cotidianas, sigue siendo un asunto pendiente dentro de las propias instituciones. Los síntomas emocionales —ansiedad, estrés, episodios depresivos— no son simples malestares pasajeros: afectan la concentración, el rendimiento académico, la convivencia y hasta la salud física. Y aun así, miles de jóvenes siguen afrontándolos en silencio.

Los servicios psicológicos universitarios suelen quedarse cortos frente a la demanda creciente. Las largas colas para conseguir una cita, la limitada cantidad de profesionales y la falta de programas preventivos hacen que la atención sea más reactiva que preventiva. Para muchos estudiantes, pedir ayuda se convierte en un proceso tardío, cuando el agotamiento ya es evidente o cuando los episodios de ansiedad comienzan a interferir incluso con la vida diaria.

A esto se suma un problema cultural: la normalización del sufrimiento académico. “Así es la universidad”, repiten algunos docentes, padres o incluso los mismos estudiantes. Esa frase, aunque común, minimiza el impacto real que tiene la presión excesiva en la vida de un joven. Muchas veces, detrás de un “estoy bien” hay noches de insomnio, cargas emocionales no resueltas o una mezcla de miedo, frustración y agotamiento.

En Arequipa, como en el resto del país, hablar de salud mental aún genera resistencia. Para algunos, sigue siendo sinónimo de debilidad; para otros, un privilegio inaccesible por costos o falta de tiempo. Pero el tema se vuelve urgente cuando las señales comienzan a acumularse: ausencias, bajo rendimiento, irritabilidad, aislamiento, crisis de ansiedad, somatización. Nada de eso es “normal”, aunque se haya acostumbrado a verlo.

Sin embargo, no todo el panorama es desolador. Poco a poco, los estudiantes han comenzado a organizar talleres, círculos de apoyo y redes informales entre amigos. Algunas universidades han ampliado sus servicios psicológicos y han sumado campañas de prevención. Aún es insuficiente, pero marca un camino posible: uno en el que la salud mental deje de ser un tema secundario y se convierta en un eje real de bienestar estudiantil.


La salud mental universitaria no es un lujo, ni un tema accesorio: es parte fundamental del derecho a una educación de calidad. Y aunque las cifras alertan, también invitan a actuar. Las instituciones deben fortalecer sus programas, los docentes reconocer el impacto emocional de sus metodologías, y los estudiantes permitirse pedir ayuda sin miedo.

Cuidar la mente no debería ser una carrera contrarreloj ni un acto de valentía. Tendría que ser parte natural de la vida universitaria. En Arequipa —y en el Perú entero— ese es el desafío pendiente.

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