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La violencia de género no es una fecha: es la herida abierta del país

Cada 25 de noviembre las autoridades repiten discursos, los medios llenan titulares y las redes se tiñen de morado. Pero basta salir un momento a la calle, mirar las noticias o escuchar a cualquier mujer para comprender que:

La violencia de género en el Perú sigue siendo una herida que no deja de sangrar, una realidad que no se soluciona con marchas anuales ni campañas de un día.

Porque la violencia no se detiene cuando se apagan los micrófonos del 25N. Sigue avanzando, silenciosa o brutal, todos los días.

Un país donde la alerta nunca se apaga

Según el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP), más de 144 mil casos de violencia contra mujeres y niñas se registraron solo en 2023 en los Centros de Emergencia Mujer. En Arequipa, la situación no es distinta: la región cerró el año con más de 8 mil atenciones por violencia reportadas por la misma entidad, ubicándose entre las regiones con más denuncias del sur.

No son números. Son historias.

Como la de Ana Paola Vargas, la joven universitaria de la UNSA asesinada en el propio campus en 2022. Un caso que estremeció a toda la ciudad y que expuso, una vez más, la fragilidad de las mujeres incluso en los espacios que deberían ser más seguros.

O la de la joven venezolana quemada viva en plena vía pública en Miraflores (Arequipa) en 2023. Un hecho que confirmó que la violencia contra la mujer no distingue nacionalidad, edad ni origen.

Ambos casos fueron noticia nacional, pero también evidenciaron lo que las cifras muestran desde hace años. Las mujeres no están seguras ni en sus rutas, ni en sus trabajos, ni en sus casas. Ni siquiera en los espacios públicos a plena luz del día.

La violencia también es cultural, y eso es lo que más cuesta cambiar

La socióloga peruana Norma Correa lo dijo en una entrevista para El Comercio:
“No estamos enfrentando solo agresiones físicas, sino una estructura cultural que normaliza controlar, callar y subestimar a las mujeres”.

Lo vemos cada vez que alguien justifica un feminicidio con un “era celoso”, “se confundió”, “ella también lo provocó” o “fue un arrebato”.
Lo escuchamos cuando un hombre dice “no seas exagerada” ante un acoso.
Lo repetimos, sin darnos cuenta, cuando trivializamos la palabra “feminista”.

Y lo vemos incluso en instituciones que deberían proteger: denuncias mal atendidas, procesos eternos, mujeres obligadas a regresar a casa con sus agresores por falta de medidas urgentes.

Por eso, cada 25N no basta con pintarse la cara o compartir una frase. La violencia de género es un problema estructural que se alimenta de la cultura, del machismo histórico y del silencio social.

Arequipa también está cansada

En la región, especialistas como la abogada de la Red de Mujeres Arequipa, Claudia Saldivia, advirtieron en una entrevista para RPP que “el sistema está rebasado y muchas mujeres no denuncian porque sienten que no habrá consecuencias reales para el agresor”.

A eso se suma el aumento de casos en zonas periurbanas y rurales, donde el acceso a justicia y protección es aún más limitado. La Defensoría del Pueblo en su último reporte alertó que la violencia en regiones como Caylloma, Castilla y La Unión suele invisibilizarse, porque no llega a los medios ni a las autoridades con la misma fuerza que en la ciudad.

Mientras tanto, las mujeres siguen caminando con miedo. Y lo más preocupante: aprendiendo a vivir con él.

El 25N debe ser un recordatorio, no un escape

La violencia de género no se combate con minutos de silencio, sino con políticas públicas que funcionen. Con autoridades capacitadas, procesos rápidos, educación afectiva desde la infancia. Con hombres que cuestionen sus privilegios y con una ciudadanía que no mire a otro lado.

Porque la violencia no es “un problema de mujeres”.
Es un problema del país entero.

Cada caso ignorado, cada denuncia archivada, cada agresión minimizada es un mensaje claro: la sociedad sigue fallando.

Y mientras no entendamos eso, mientras permitamos que las cifras sigan creciendo como si fueran inevitables, el 25N será solo una fecha bonita en el calendario.
Una fecha que se conmemora, pero que no cambia nada.

¿Hasta cuándo vamos a esperar para actuar?
¿Hasta el próximo feminicidio que recién nos indigne?
¿Hasta que la violencia toque a alguien cercano?
¿O hasta que nos demos cuenta de que ninguna mujer está realmente a salvo?

No se trata de marchar un día.
Se trata de cambiar todos los días.

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