Cada 31 de octubre, el Perú celebra el Día de la Canción Criolla, una fecha que debería resonar con guitarras, cajones y voces que evocan la esencia más pura de nuestra identidad. Sin embargo, cada año parece más evidente que esta conmemoración se va diluyendo entre luces naranjas, disfraces y calabazas. La fiesta extranjera de Halloween se impone con fuerza, especialmente entre los más jóvenes, mientras la música criolla (esa que alguna vez unió a generaciones) se va escuchando cada vez menos.
No se trata de rechazar lo ajeno, sino de reconocer lo propio. La canción criolla es una manifestación viva del alma peruana, un género que cuenta nuestras historias con sentimiento, picardía y nostalgia. En sus letras está retratado el Perú del ayer: los callejones, los balcones limeños, las serenatas y las tertulias familiares. Canciones como Contigo Perú, La flor de la canela o Y se llama Perú no solo son melodías; son pedazos de memoria nacional.
Aun así, en muchos hogares el 31 de octubre pasa inadvertido. Los colegios ya no enseñan valses ni promueven concursos de marinera o festejo como antes. En cambio, abundan las fiestas de disfraces, los concursos de calabazas y los desfiles de zombies. Es comprensible, las nuevas generaciones crecen en un mundo globalizado, donde las culturas se mezclan y los referentes cambian. Pero eso no significa que debamos dejar morir nuestras tradiciones.
Quizás el problema no está en elegir entre una u otra celebración, sino en aprender a convivir con ambas. Halloween puede ser una oportunidad para divertirse, para que los niños se disfracen y los jóvenes socialicen; mientras que el Día de la Canción Criolla debería ser un recordatorio de lo que somos, de dónde venimos y de lo que nos diferencia como país. No hay contradicción entre bailar un vals y, más tarde, salir a una fiesta de disfraces. Lo importante es no olvidar el valor simbólico de nuestras raíces.
La música criolla es, además, una lección de identidad y resistencia cultural. Nació en los barrios populares y sobrevivió al paso del tiempo gracias al amor de sus intérpretes y al orgullo de quienes aún la entonan. Representa el esfuerzo, la alegría y la sensibilidad del pueblo peruano. Por eso, cada 31 de octubre debería ser un día para recordar a nuestros grandes compositores y cantantes, pero también para motivar a los jóvenes a redescubrirlos.
En un país tan diverso como el nuestro, celebrar nuestras tradiciones no debería ser una opción, sino una responsabilidad. El Día de la Canción Criolla no compite con Halloween; lo complementa, recordándonos que podemos disfrutar lo extranjero sin olvidar lo nuestro. Porque, al final, las máscaras se guardan, los disfraces se apagan, pero las canciones… esas quedan.


 
                                    