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Del homenaje al caos: lo que vimos este 2 de noviembre

Cada 2 de noviembre, miles de arequipeños acuden a los cementerios con flores, velas y oraciones para rendir homenaje a sus seres queridos. Es una tradición hermosa, un acto de memoria que une generaciones y nos recuerda que el amor no termina con la muerte. Sin embargo, en los últimos años, esa costumbre parece haberse distorsionado. Lo que debería ser una jornada de recogimiento se ha convertido, en muchos casos, en una excusa más para beber, hacer bulla y ensuciar los espacios sagrados.

Un claro ejemplo fue lo ocurrido este año en el Cementerio Municipal de Cerro Colorado, donde, pese a las advertencias de las autoridades y a la prohibición expresa del ingreso de bebidas alcohólicas, decenas de personas entraron con botellas escondidas entre las bolsas o dentro de mochilas. Adentro, las escenas eran preocupantes: grupos de personas ebrias cantando a gritos, vasos tirados en el suelo, botellas rotas entre las flores y basura por todos lados.

El ambiente, que al inicio estaba lleno de música, oración y color, terminó convirtiéndose en un caos. Mientras algunas familias rezaban o colocaban velas junto a las tumbas, otras instalaban mesas y sacaban licor como si estuvieran en una fiesta. A pocos metros, los baños improvisados y el olor a cerveza reemplazaban el aroma de las flores.

¿Acaso muchos aprovechan esta fecha para embriagarse sin culpa, amparados en el pretexto de “recordar a los que ya no están”? ¿O hemos normalizado tanto el desorden que ya no nos incomoda ver un cementerio convertido en bar?

Personas libando licor en Cementerio Municipal

Fuera del camposanto, la situación no era mejor. Los alrededores del cementerio estaban saturados de autos y ambulantes. Los estacionamientos informales cobraban hasta cuatro soles por hora, generando discusiones y hasta peleas entre quienes buscaban un espacio. En medio del desorden, se hablaba de robos, golpes y licor. Todo eso en un día que debería simbolizar unión, respeto y memoria.

El Día de los Difuntos es, o al menos debería ser, un momento para reencontrarnos con nuestras raíces, con el cariño que aún sentimos por los que partieron. No se trata de prohibir la alegría o la música, porque cada familia honra a los suyos a su manera. Pero hay una diferencia clara entre recordar con amor y olvidar el respeto.

En Arequipa, la devoción y las costumbres no deben perderse. Las orquestas, las mesadas, los rezos y las flores forman parte de una tradición viva, que merece conservarse. Pero si cada año dejamos los cementerios cubiertos de basura, con botellas rotas y orines en las veredas, lo que estamos haciendo no es rendir homenaje: es traicionar el sentido mismo de la fecha.

Recordar a los muertos también implica actuar con conciencia entre los vivos. Tal vez ha llegado el momento de reflexionar si realmente estamos honrando a quienes amamos, o simplemente repitiendo una costumbre vacía, disfrazada de celebración.

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