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Canastas de cartón y gestos de ocasión

Diciembre convierte a muchas empresas en versiones que no sostienen el resto del año. De pronto aparecen las sonrisas institucionales, los discursos de agradecimiento y, por supuesto, las canastas navideñas, esas cajas envueltas en papel brillante que buscan resumir doce meses de trabajo en una sola foto para redes sociales.

La competencia es evidente. ¿Quién entrega la canasta más grande? ¿Quién incluye el mejor panetón, el pavo más pesado o la bebida más costosa? Algunas empresas hacen de este gesto una vitrina pública, casi un trofeo, mientras olvidan que el verdadero reconocimiento no se mide por el tamaño de una caja, sino por las condiciones laborales que se sostienen durante todo el año.

Resulta contradictorio ver cómo centros de trabajo que pagan tarde, recargan horarios, niegan descansos o minimizan derechos, en diciembre se esfuerzan por “quedar bien”. La canasta se convierte entonces en un parche simbólico, una manera rápida de maquillar meses de desgaste, cansancio y silencios incómodos. No es gratitud, es protocolo.

Al otro extremo están aquellas empresas que generan altos ingresos, pero que reducen la Navidad de sus trabajadores a un saludo genérico o a una bolsa austera que apenas disimula la indiferencia. En esos casos, no hay ostentación, pero tampoco coherencia: la bonanza no se traduce en bienestar compartido, y el mensaje es claro, aunque no se diga en voz alta.

No se trata de idealizar las canastas ni de exigir lujos. Para muchos trabajadores, ese gesto sí representa un alivio, una ayuda concreta en una época de gastos acumulados. El problema aparece cuando la canasta pretende reemplazar todo lo que faltó antes: el respeto, la escucha, el reconocimiento cotidiano.

La Navidad no debería ser el único momento en el que una empresa recuerda que detrás de los resultados hay personas. Porque ningún panetón, por más caro que sea, compensa un año de maltrato laboral. Y ninguna foto institucional logra ocultar una verdad que los trabajadores conocen bien: el verdadero valor de una empresa no se mide en diciembre, sino en cómo trata a su gente cuando no hay luces, villancicos ni aplausos.

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